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El falsacionismo de Popper
Popper parte de la distinción entre la ciencia y la no‑ciencia, a la
que él denomina criterio de demarcación,
y termina con un intento de establecer normas que permitan evaluar las
hipótesis científicas en términos de su diferente grado de verosimilitud. Al
hacer esto, Popper se aleja gradualmente de las ideas recibidas, según las
cuales el objetivo de la filosofía de la ciencia consiste en reconstruir
racionalmente las teorías imperfectamente formuladas del pasado, de forma que
éstas lleguen a adecuarse a ciertos cánones de explicación científica. Con
Popper, la filosofía de la ciencia pasa a ser una disciplina dedicada a la
búsqueda de métodos de evaluación de las teorías científicas, una vez que éstas
han sido ya propuestas.
El punto de partida de Popper es la critica de la filosofía del
Positivismo Lógico, encarnada en lo que se ha denominado el principio de verificabilidad del
significado. Este principio estipula que todas las proposiciones pueden
clasificarse en analíticas y sintéticas ‑o bien son ciertas en virtud de las
definiciones incluidas en las mismas, o bien son ciertas, si es que lo son, en
virtud de la experiencia práctica‑ y a continuación declara que todas las
afirmaciones sintéticas son significativas si, y sólo sí, son susceptibles, al
menos en principio, de contrastación empírica (ver Losee, 1972, págs. 184‑90). Históricamente,
los miembros del Círculo de Viena (Wittgenstein, Schelick y Carnap) emplearon
el principio de verificabilidad de la significación principalmente como un aguijón
con el que desinflar las pretensiones metafísicas, tanto dentro como fuera de
las ciencias, sosteniendo que, incluso ciertas proposiciones que pasan por
científicas, Y. por supuesto, todas las proposiciones que no pretenden serlo,
pueden descartarse como carentes de significación En la práctica, el principio
de verificabilidad generó una profunda desconfianza respecto del uso en las
teorías científicas de conceptos no‑observables, tales como el espacio absoluto
y el tiempo absoluto de la mecánica newtoniana, los electrones de la física de
partículas, los límites de las valencias de la química y la selección natural
de la teoría de la evolución. La metodología del operacionalismo constituye el
producto típico de este prejuicio antímetafísico del Positivismo Lógico; esta
teoría fue propuesta por primera vez en 1927, y alcanzó posteriormente una
amplia difusión por medio de la influyente obra de Percy Bridgman.
Para descubrir la significación de cualquier concepto científico, reconoce
Bridgman, tan sólo necesitamos especificar las operaciones físicas realizadas
para asignarle valores: la longitud es la
medición de objetos en una única dimensión y la inteligencia es lo que se mide en los tests de inteligencia (ver Losee, 1972,
págs. 181‑84).
Popper rechaza tales intentos de demarcación entre lo significante y
lo que carece de significación, y los sustituye por un nuevo criterio de demarcación
que divide el conocimiento humano en dos clases mutuamente excluyentes,
denominadas «ciencia» y «no‑ciencia». Ahora bien, la respuesta tradicional del
siglo XIX a este problema de la demarcación afirmaba que la ciencia difiere de
la no‑ciencia en virtud de la utilización por la primera del método de inducción: la ciencia parte de la
experiencia y procede, a través de la observación y la experimentación, a
establecer leyes generales con la ayuda de las reglas de la inducción.
Desgraciadamente, la justificación de la inducción entraña un problema lógico
que ha preocupado a los filósofos desde los tiempos de Hume. Para citar un
ejemplo concreto: los hombres infieren la ley general de que el sol sale
siempre por las mañanas de la experiencia pasada, en la que el sol ha salido
cada día por la mañana; sin embargo, ésta no puede ser una inferencia
lógicamente concluyente, en el sentido de que premisas verdaderas
necesariamente implican conclusiones verdaderas, porque no existe garantía
absoluta alguna de que lo que hemos experimentado hasta el momento persistirá
en el futuro. Argumentar que la ley de la salida del sol por las mañanas está
basada en la experiencia invariable es, en palabras de Hume, eludir la
cuestión, porque lo único que hacernos con ello es trasladar el problema de la
inducción del caso de que se trate, a otro caso; el problema consiste en cómo
podemos inferir lógicamente algo referente a la experiencia futura, sobre la
única base de la experiencia pasada. En algún momento de la argumentación, la
inducción desde casos particulares hasta la formulación de una ley universal
exigirá un salto ¡lógico de pensamiento, elemento que muy bien puede llevarnos
a conclusiones falsas, aunque nuestras premisas fuesen ciertas. Hume no negó el
hecho de que todos generalizamos constantemente a partir de los casos
particulares de nuestra experiencia por costumbre y por asociación de ideas
espontánea, pero lo que negó fue que tales inferencias tuviesen una
justificación lógica. Este es el famoso problema
de la inducción.
De la argumentación de Hume se sigue que existe una asimetría fundamental
entre inducción y deducción, entre demostrar y no demostrar, entre verificación
y falsación, entre afirmar la verdad y negarla. No es posible derivar, o
establecer de forma concluyente, afirmaciones universales a partir de
afirmaciones particulares, por muchas que sean éstas, mientras que cualquier
afirmación universal puede ser refutada, o lógicamente contradicha, por medio
de la lógica deductiva, por una sola afirmación particular. Utilizaremos el
ejemplo popperiano favorito (que en realidad tiene su origen en John Stuart
Mill): ningún número de observaciones acerca de que los cisnes. son blancos nos
permitirá inferir que todos los cisnes son blancos, pero la observación de un
único cisne negro, nos permite refutar aquella conclusión. En resumen, no es
posible demostrar que algo es materialmente cierto, pero siempre es posible demostrar
que algo es materialmente falso, y esta es la afirmación que constituye el
primer mandamiento de la metodología científica. Popper utiliza esta asimetría
fundamental en la formulación de su criterio de demarcación: ciencia es el
cuerpo de proposiciones sintéticas acerca del mundo real, que es susceptible,
al menos en principio, de falsación por medio de la observación empírica, ya
que excluye la posibilidad de que ciertos acontecimientos se produzcan. Así
pues, la ciencia se caracteriza por su método de formulación de proposiciones
contrastables, y no por su contenido, ni por su pretensión de certeza en el
conocimiento; si alguna certeza proporciona la ciencia, ésta será más bien la
certeza de nuestra ignorancia.
La línea que queda trazada en consecuencia entre la ciencia y la no‑ciencia
no es, sin embargo, absoluta; tanto la falsabilidad como la contrastabilidad
son cuestiones de grado (Popper, 1965, pág. 113; 1972b, pág. 257; 1976, pág. 42).
En otras palabras , hemos de pensar en el criterio de demarcación como
caracterizador de un espectro más o menos continuo de conocimientos, en uno de
cuyos extremos encontraremos ciertas ciencias naturales «fuertes», como la
física y la química (a las que seguirán a continuación un conjunto de ciencias
más «débiles», como la biología evolucionista, la geología y la cosmología) y
en cuyo extremo opuesto encontraremos a la poesía, las artes, la crítica
literaria, etc., encontrándose la historia y todas las ciencias sociales en
algún punto intermedio, que esperamos esté más cerca del extremo científico que
del no‑científico del espectro.
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