Trata de la comunidad y es realizada por la comunidad.
Orígenes de
la psicología comunitaria: los inicios
Durante
los años sesenta y setenta del siglo XX se produce una serie de movimientos
sociales que difunden ideas políticas y económicas -entre ellas, la teoría de
la dependencia- que van a influir sobre los modos de hacer y de pensar en las
ciencias sociales. En la psicología tales ideas producen un vuelco hacia una
concepción de la disciplina centrada en los grupos sociales, en la sociedad y
en los individuos que la integran -entendiendo al sujeto humano como un ser
activo, dinámico, constructor de su realidad-, así como en sus necesidades y
expectativas; hacia una concepción distinta de la salud y de la enfermedad y,
sobre todo, del modo de aproximarse a su consideración y tratamiento por los
psicólogos. Al mismo tiempo, se busca hacer una psicología cuyas respuestas se
originen dentro de la disciplina.
Esta
tendencia responde a un movimiento de las ciencias sociales y humanas que, en
América latina, a fines de los años cincuenta, había comenzado a producir una
sociología comprometida, militante, dirigida fundamentalmente a los oprimidos,
a los menesterosos, en sociedades donde la desigualdad, en lugar de desaparecer
en virtud del desarrollo, se hacía cada vez más extrema. A su vez, en el campo
de la psicología, el énfasis en lo individual (aun dentro del campo
psicosocial), la visión del sujeto pasivo, receptor de acciones o productor de
respuestas dirigidas, predeterminadas, no generador de acción, difícilmente
permitían hacer un aporte efectivo a la solución de problemas urgentes de las
sociedades en las cuales se la utilizaba. El reto era enfrentar los problemas
sociales de una realidad muy concreta: el subdesarrollo de América latina y sus
consecuencias sobre la conducta de individuos y grupos, la dependencia de los
países que integran la región y sus consecuencias psicosociales tanto sobre las
atribuciones de causalidad como sobre sus efectos en la acción; problemas
concretos vistos en su relación contextual y no como abstracciones de signo
negativo, como quistes a extraer para mantener sistemas aparentemente
homeostáticos.
El comienzo
en América latina
En
América latina la psicología comunitaria nace a partir de la disconformidad con
una psicología social que se situaba, predominantemente, bajo el signo del
individualismo y que practicaba con riguroso cuidado la fragmentación, pero que
no daba respuesta a los problemas sociales. Puede decirse, entonces, que es una
psicología que surge a partir del vacío provocado por el carácter eminentemente
subjetivista de la psicología social psicológica (Striker, 1983) y por la
perspectiva eminentemente macrosocial de otras disciplinas sociales volcadas
hacia la comunidad. Es también una psicología que mira críticamente, desde sus
inicios, las experiencias y prácticas psicológicas y el mundo en que surge y
con cuyas circunstancias debe lidiar.
Ambos
eran profundamente insatisfactorios. La experiencia, porque estaba atada a un
paradigma que la condenaba a la distancia, a una manipulación de las
circunstancias de investigación y de aplicación, no sólo extractiva, sino
además falsamente objetiva y neutral. De alguna manera, debido a la
fragmentación y al forzamiento de la definición de los sujetos dentro de marcos
predefinidos, las personas afectadas por un determinado problema quedaban mera
y el problema desaparecía, para reaparecer una y otra vez, con formas muy
parecidas a las ya conocidas, o con nuevas formas; o bien arropándose bajo el
manto de un nuevo concepto o de una nueva teoría, que le daba un nuevo nombre,
una nueva interpretación. Así, el proceso de búsqueda de conocimiento volvía a
empezar, a la vez que la sensación de deja vil se hacía cada vez más intensa.
Mientras tanto, nada o muy poco parecía cambiar en esa "realidad" que
se quería no sólo estudiar, sino además transformar mediante la solución de los
problemas identificados en ella.
Al mirar hacia el mundo, hacia el
entorno, se agudizaba igualmente su carácter insatisfactorio, porque fueron
justamente las condiciones de vida de grandes grupos de la población, su
sufrimiento, sus problemas y la necesidad urgente de intervenir en ellos para
producir soluciones y cambios los que generaron un tipo de presión que, surgida
desde el ambiente, desde lo que suele llamarse la "realidad", pasó a
ser internalizada y reconstruida por los psicólogos que hallábamos que la
acción derivada de las formas tradicionales de aplicación de la psicología era
no sólo insuficiente, sino también tardía y muchas veces inocua, al limitarse
al mero diagnóstico y al producir intervenciones fuera de foco.
La
separación entre ciencia y vida advertida por las ciencias sociales llevó a
rescatar líneas de pensamiento que nunca estuvieron silenciosas, pero cuyos
aportes fueron muchas veces hechos a un lado al calificárselos de "no
científicos" o al no ajustarse a la tendencia dominante. La fenomenología,
las corrientes marxianas, muchas formas cualitativas de investigar, comenzaron
a ser revisadas y reivindicadas y es en ese clima de insatisfacción y de
búsqueda de alternativas en el cual se va a plantear la necesidad de producir
una forma alternativa de hacer psicología.
Paradigmas,
explicaciones, teorías psicológicas vigentes aparecían como inadecuados,
incompletos, parciales. Las soluciones de ellos derivadas no alcanzaban sino a
tratar el malestar de unos pocos y a ignorar las dolencias de muchos. Se
planteaba la necesidad de dar respuesta inmediata a problemas reales,
perentorios, cuyos efectos psicológicos sobre los individuos no sólo los
limitan y trastornan, sino que además los degradan y, aún peor, pasan a generar
elementos mantenedores de la situación problemática con una visión distinta:
diagnosticar en función de una globalidad, tener conciencia de la relación
total en que ella se presenta.
Así,
en los años setenta, por fuerza de las condiciones sociales presentes en muchos
de los países latinoamericanos y de la poca capacidad que mostraba la
psicología para responder a los urgentes problemas que los aquejaban, comienza
a desarrollarse una nueva práctica, que va a exigir una redefinición tanto de
los profesionales de la psicología, como de su objeto de estudio e
intervención. Tal situación mostraba una crisis de legitimidad y de
significación (Montero, 1994b) para la disciplina, particularmente sentida en
el campo psicosocial.
Ese
nuevo modo de hacer buscaba producir un modelo alternativo al modelo médico,
que hace prevalecer la condición enferma, anormal, de las comunidades con las
cuales se trabaja. Por el contrario, la propuesta que se hacía partía de los
aspectos positivos y de los recursos de esas comunidades, buscando su
desarrollo y su fortalecimiento, y centrando en ellos el origen de la acción.
Los miembros de dichas comunidades dejaban de ser considerados como sujetos
pasivos (sujetados) de la actividad de los psicólogos, para ser vistos como
actores sociales, constructores de su realidad (Montero, 1982, 1984a). El
énfasis estará en la comunidad y no en el fortalecimiento de las instituciones.
Y esto ocurre simultáneamente en diversos países de América latina, si bien el
primero en generar un ámbito académico y una instrucción sistemática al
respecto es Puerto Rico, que ya a mediados de la década del setenta contaba con
un curso de maestría y con un doctorado en Psicología Comunitaria
(Rivera-Medina, Cintron y Bauermeister, 1978; Rivera-Medina, 1992). En el caso
puertorriqueño, su cercanía con los Estados Unidos puede haberlo determinado
como pionero, ya que también fue el primero en enterarse de que la disciplina
de tal nombre había sido creada diez años antes en los Estados Unidos. Por otra
parte, hay que decir que a la creación de esos cursos ayudó la vocación de
transformación social de quienes los fundaron. En otras naciones, la práctica
de la psicología comunitaria antecede a la denominación y a la generación de
espacios académicos para su estudio.
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